Hoy mi historia se centra en Egipto. En ese país que ha visto florecer imperios por su importante situación geopolítica. Me refiero al Egipto Faraónico, Griego, Bizantino, Sasánide, Napoleónico y Otomano.
Corría el año 1200 de nuestra era y las tres religiones Abrahamistas ya se habían consolidado en su Fe. Sin embargo, corrían ríos de sangre entre la Guerra Santa y las Cruzadas.
¡Pero cúantas almas fueron obligadas a convertirse a otra religión!
Imagínate lo que era vivir hacia fuera de tu casa de una forma y en tu corazón orar y sentirte diferente.
Si el primer pilar del Islam es hacerme voluntariamente musulmán, ¿cuántos conversos en verdad hubo?
Durante el período entre guerras los diferentes destacamentos contaban las bajas, practicaban tácticas de luchas, curaban a los heridos, domesticaban caballos, camellos y elefantes y fabricaban armas.
Pero los cruzados en Egipto mantenían buenas relaciones diplomáticas con los comerciantes y el mercado de las especias poco o nada se afectaba.
Es en éste escenario con olor a incienso, curry, canela y miel donde sucede la magia…
Caminaba un gallardo caballero, esbelto y blanco por las coloridas tiendas dispuestas por los beduinos, o moradores del desierto, que mostraban mercancías selectas de la India. Pero ya estaba escrito que en la Luna Nueva conocería a quien le cambiaría la vida.
Sí, era Ella. No podría dejar de observar aquella belleza exótica de ojos moros, almendrados, profundos y enigmáticos que reflejaban la pureza de su alma.
Sí, era Él. Que a pesar de las cicatrices de la guerra, se dibujaba en su mirada y en su sonrisa franqueza y paz.
Al unísono supieron que eran el uno para el otro porque se prendió la chispa de la química y lo supieron y lo aceptaron y tomaron el riesgo.
Así transcurrieron tres Lunas Nuevas para conocerse enamorarse y pedirla en matrimonio.
Por tradición musulmana ella ya estaba prometida, desde el vientre materno, a otro hombre de su misma raza y credo.
La ley Islámica marca como grave delito casarte y tener un hijo con hombre de diferente religión. El castigo es el repudio de la familia, borrarla de su historia y lapidarla hasta la muerte.
Si algo no podía tolerar, Alfonso, era un acto violento contra la mujer. Tomó tiempo planear una huida estratégica con Jadiya.
Justo en la Luna Nueva número veintiuno en el mes de julio, que coincidía con el Ramadán, aprovecharon la oración y los festejos nocturnos para confundirse con la gente y perderse.
Jadiya viajó dos días, vestida como cruzado medieval, hasta Alexandría. Como si fuera un soldado más se comportó y por ser de talla pequeña la situaron en la enfermería, donde se encargaba de cuidar a los heridos. Muchos de ellos narraban que en sus sueños febriles habían sido curados por unas manos angelicales casi maternales.
Qué impactante ha de haber sido para Jadiya ver la lucha de caballos contra elefantes armados y después la de cuerpo a cuerpo por un dios, cuando ella misma concebía a Dios como Amor.
En la Luna Nueva del mes de octubre, Alfonso y Jadiya ya no podían ocultar más el producto de su milagro de amor.
Para algunas culturas si tenías relaciones sexuales ya estabas casado, no necesitabas de grandes fiestas ni muchos invitados, bastaban algunos testigos como la Luna.
El interés principal de Alfonso era proteger a su familia. Tenían que escapar de Alexandría y llegar a Damasco, tomar fuerzas y establecerse en Heyaz para ser libres de profesar cualquier Fe.
Heyaz, era un oasis ideológicamente hablando porque convivían Judíos, Católicos y Musulmanes y geográficamente era un terreno fértil. Vivían básicamente del comercio y la agricultura.
Pero, la Envidia que es uno de los siete pecados capitales y creo que el único que no causa placer después de cometerlo, hizo de las suyas.
Por supuesto que la tribu de donde venía la bella mora no cesó de buscarla y pagó mucho oro y especies para dar con ella.
Brillaba en el cielo la hermosa Luna LLena de octubre, las estrellas parecían pinceladas de un cuento de las Mil una Noches. La caravana de mercaderes hizo una pausa como queriendo pedir la intercesión de Allá ante lo que iba a suceder.
En la frontera de Damasco con Jerusalén, la familia de Jadiya vengó la deshonra que les causó, la más pequeña del clan.
Alfonso la cubrió con su cuerpo pero el daño ya estaba hecho. La cargó con todo el cuidado y con ayuda de pocos pudo encontrar un refugio entre la maleza.
Jadiya se guardó el último suspiro, la última lágrima y el último te amo para dar a luz a una bebe muy prematura pero no menos valiente y fuerte a la que nombró Aura, como la diosa del amor de los Persas.
Alfonso y Aura lograron llegar al mediterráneo. Ella heredó de su madre su espíritu libre, sus ojos moros y su amor por la Luna. Y como recuerdo la sortija que su padre le regaló a su madre cuando la concibieron.