A la memoria de Ramón, Mariana, María y los que nunca tuvieron un nombre. De quienes aprendí que a veces la presencia tarda solo un instante.
Era un un pequeño barrio, llenito de polvo y humedad. Ninguna casa tenía puertas ni mucho menos ventanas. Todos podían asomarse y entrar entre las pequeñas viviendas construidas en hilera una junto a la otra en forma circular, todas compartían un jardín común o mejor dicho un llano donde solo crecían pequeñas matitas de hierbas silvestre.
El barrio estaba habitado por niños que llevaban años conociéndose y solo sabían su apodo: el hierbas, el mito, el pando, la gotzi, cachita y el sueños eran los mas amigos de aventuras, miedos y desolación.
Como todos los niños jugaban y reían, hacían travesuras e imaginaban castillos, dragones, príncipes y combates con sus pensamientos fantásticos. Sus horas de diversión eran ilimitadas, bueno casi ilimitadas…
Porque a las siete de la tarde aparecía la noche y con ella el frío, el hambre, la sed y la agonía de la espera de cuidados y cariño en la eterna madrugada paralizadora y silenciosa.
Los niños esperaban ser cobijados y abrazados en medio del valle oscuro el cual parecía lazar sarcásticas carcajadas de entre su inmenso vacío, soledad y miedo.
En el valle no existían ni las sombras ni el eco de las voces cuando llegaba la noche. Todo se desvanecía en la nada. Ni las cuerdas que sostenían unas llantas viejas a modo e columpios ni tampoco las hojas de las ramas silvestres se movían… hasta los pequeños riachuelos que corrían por entre la matas bajaban su nivel y se volvían inertes, con el único afán de respetar el silencio, la calma y el vacío de cualquier exhalación con sabor a nostalgia. En la oscura y helada noche el llano se dormía y despertaba con el primer rayo de sol.
Los niños del valle no se habían dado cuenta que llevaban años sin vida, alguna vez fueron una ilusión, un sueño, un error, una enfermedad o un accidente y jamás llegaron al cuarto de al lado porque la única salida del valle era un puerta con candados vigilado por la nada, mas que los propios miedos de los niños.